El Limonar, al menos en parte, sigue
conservando cierto espíritu aristocrático. Sobre todo por ese deseo profundo de
intimidad, de segregación con respecto al resto de los mortales.
El Paseo de Sancha |
Oculto, sestea, entre sus umbrías
callejuelas en torno al cauce, las más de las ocasiones seco, del arroyo que
marca los límites del barrio, en el antiguo camino hacia Vélez, Nerja y
Granada. Con sus caserones y sus antiguas mansiones parapetadas tras setos
añosos y opacos; comandadas por algún que otro torreón que sobresale como
atalaya de vigía cubierta de tejas vidriadas de verde aceite o por algún
centenario ejemplar de araucaria traído allende los mares. Y todo, trepando por las
colinas hacia los montes como bandoleros arrepentidos pero que no cierran la
puerta a la libertad.
El ingeniero José María Sancha, allá por
el siglo XIX, planeo la creación de un lugar donde levantaran villas los nuevos ricos, un barrio residencial para
la incipiente burguesía. Fue suya la idea de construir hotelitos rodeados de
amplios jardines protegidos por verjas de hierro que tan sólo dejaran adivinar
lo que dentro la ostentación requería.