Acabamos de atravesar Sololá, el mayor de los
pueblos que se asienta junto al lago Atitlán. Desde aquí se inicia un
pronunciado descenso a través de una carreterita que bordea las montañas
circundantes a la gran bolsa de agua. Las curvas se suceden casi interminables.
En un punto, al borde de un saliente que se asoma al lago, nos detenemos para
realizar un pequeño descanso. Las vistas
son impresionantes y los pueblos de sus orillas se nos muestran como desde una
avioneta. Destaca, por su proximidad y su tamaño, Panajachel. Se siente cierta
ansiedad por el reencuentro que nos espera, pues esa es una belleza de la que
los ojos nunca se cansan.
Estos han sido los días de los volcanes y de las
leyendas. Desde que llegamos a Guatemala, durante la época de lluvias, el cielo
tiende a encapotarse a cualquier hora y, especialmente, por la tarde. Sin
embargo, el día amaneció radiante,
apenas hay nubes y los volcanes se muestran en todo su esplendor.
Camino de Antigua, hemos visto el Pacaya
con su constante bocanada de humo y, ya a la altura de la ciudad colonial,
divisamos con nitidez los tres volcanes que la rodean; el impresionante volcán
Agua, y más retirados, el de Fuego y el Acatenango. Sus perfiles se imponen al
azul del cielo con una nitidez de troquel.
Ahora, al llegar a Pana, los tres de acá
–Tolimán, Atitlán y San Pedro– también parecen haber sido aseados de las
neblinas que en estas fechas, generalmente, flirtean con ellos parcialmente,
hasta que por la tarde los toman bajo ese manto fluido como si quisieran
resguardarlos de cualquier peligro hasta el día siguiente.
Parece increíble que en un recorrido de
unas tres horas hayamos contemplado siete volcanes. Pocos lugares en el mundo
ofrecen este prodigioso panorama.
Llegamos al Hotel Atitlán y, al mismo
tiempo se apean unos yanquis que se van a alojar en él, el conductor les pide
que bajen con cuidado:
- No se vayan a caer ahora que
llegan al paraíso.
¡Qué razón encierra la irónica
expresión! Todavía recordamos sus jardines, los guacamayos y colibríes, las
imágenes del lago...Y de la experiencia de viajar en las guaguas, de su
velocidad y de cómo, cuando se llenan las dos filas de asientos, estas se
convierten en una sola porque los pasajeros se embuten en el pasillo, sentados
y sujetos por la presión de los que van en los verdaderos asientos. Me doy
cuenta de que, en tan pocos días, hemos ido acumulando vivencias que dejan su poso, como si lleváramos bastante
más tiempo y ya nos surgiera esa nostalgia que rebrota a cada momento.
Nos
vamos directamente hacia el embarcadero, pues tenemos intención de ir hasta San
Pedro de Atitlán, el pueblo más lejano, al otro extremo del lago. Debemos
esperar porque hoy casi la totalidad de los barcos van hasta Santiago, que está
en fiesta, mañana es el santo patrón. No hay más opciones y, aunque no vamos
muy convencidos, sólo por el paseo en barco surcando el lago, merece la pena: se
ven los pequeños pueblos que han ido buscando acomodo a lo largo de las orillas
como restos de desprendimientos que se hubieran despeñado desde el borde de las
montañas y volcanes que rodean el lago y hubieran sedimentado en los bordes. El
famoso viento Xocomil sopla, todavía suave, levantando olitas
inofensivas. Sin embargo, una leyenda habla de los peligros cuando se enfurece.
Dicen que una lejana tarde un hombre de San Antonio tuvo el capricho de
irse con su mujer y su hijito mudo a San Pedro buscando a un anciano que podía
aliviar al niño. Le aconsejaron que mejor se esperara, que ya empezaba a
sentirse llegar el Xocomil y, en una
de esas, se quedaban todos hundidos en medio del
lago por causa del “chiflón”.
Sin atender razones, el hombre, subió
a su familia al cayuco pero,
cerca de la orilla, le arrecia una ola que empuja el viento y que le da vuelta
con remos y todo. La mujer, medio ahogada, llega hasta la orilla donde ya el
marido y el hijo, a salvo, recuperan el aliento. Entre tanto el Xocomil empeora, con furia y en un
remolino encrespado esconde el alma robada a la mujer. El viejito, que sabe de los secretos del
agua, cuando al día siguiente vio a la
mujer y no la oyó ni siquiera suspirar, no tardó en adivinar por qué adentro
estaba vacío.
- Esta tarde me encontraré con el Xocomil
–anunció yéndose a buscar una calabaza.
Y así fue, porque apenas el viento empezó a golpear los troncos del muelle, el viejito ya estaba aguardándolo a la orilla en un
lugar medio escondido. A saber con qué palabras y con qué amenazas lo
convencería, pero recuperó el alma y se la trajo dentro de la calabaza flotando
en la agüita de azucenas que había metido adentro para protegerla de marejadas
y rumores.
Sin tardanza se fue a la casa de la mujer para hacerle
beber el aliento de aquel brebaje. Con el efecto, ella primero se puso
transparente; después de unos días,
empezó a soltar quejidos y, al
poco, recobró el color de los vivos y se recuperó. Pero nunca más quiso saber del lago, y menos cuando cae la tarde y empieza
a zumbar ese viento; el cual le quiere robar el alma de nuevo.
No nos gusta mucho San Pedro. Está lleno
de progresía trasnochada y de yanquis, en teoría cooperantes. El pueblo tiene
una bien ganada mala fama: turismo de subsistencia y miseria callejera. Todo
está presidido por el evangelismo que se refleja en cada rincón: iglesia,
“school”, míseras tienditas, frases o consignas dibujadas en fachadas, coches y
guaguas...
La mayor parte de sus vecinos se
encuentran en la calle principal, abriéndose en los laterales por las callejas
perpendiculares, pues la gran atracción del momento es un desfile de un colegio
(evangélico, claro está). Suena una megafonía con espasmos de verbena que
dirige la cabalgata, un desfile de niños uniformados a cuya cabecera se
despliega una pancarta en la que aparece el nombre del centro. La voz rodada y
metálica pide a los “vecinos, padres y visitantes, como hermanos, que den
gracias a Dios porque sin Él las cosas no saldrían como queremos”. Después
todos se van dando parabienes.
La enorme adhesión evangélica no es un
asunto del azar en Guatemala. En verdad, en los últimos años ha crecido tanto
que ahora desafía el predominio del tradicional catolicismo. Se estima que
profesa el credo protestante cerca del 40% de la población de 12 millones de
guatemaltecos, repartidos en varios grupos étnicos que hablan 23 lenguas. Y
constituye un capítulo especial de una controvertida alianza, que se fragua
aquí, entre política y valores religiosos. Incluso la cúpula evangélica
guatemalteca ha mostrado su apoyo al candidato derechista en las últimas
elecciones.
Las querellas religiosas han tenido trágicas consecuencias en la historia guatemalteca, herida por una guerra civil de 40 años, que generó más de 200.000 muertos y una, aún impune, secuela de genocidio.
Las querellas religiosas han tenido trágicas consecuencias en la historia guatemalteca, herida por una guerra civil de 40 años, que generó más de 200.000 muertos y una, aún impune, secuela de genocidio.
En principio, la religión desunió a los
indios, la mayoría de la población, y los separó de sus creencias rituales,
adormeciendo su cara rebelde. Pero también, aplacó a una sociedad que estaba
muy politizada y que hoy, en parte, pretende ver toda la realidad mundana con
los ojos de Dios. Y el uso de argumentos religiosos es ya casi una constante en
la mayoría de los partidos, con consecuencias para la sufrida historia de este
país, en el que pastores evangelistas
predican que "las libertades no son de origen secular, como se dice”.
¿De dónde sale la idea del gobierno como
algo divino? Según ellos, del “Génesis, capítulo I, versículos 26-28, donde Dios nos manda someter a la creación”. Curiosa
justificación. El hecho es que el
catolicismo se estancó y creció el evangelismo, con menos requisitos
doctrinarios. La solución ya no es política, sino de Dios. La gente confía en
solucionar su vida con lo divino: Si no tengo empleo, la culpa es del diablo.
Hoy hay una explotación de la ignorancia en un país con un 80% de pobres y casi
un 35% de analfabetos. Pero, como en todo, aquí también hay un pasado. El mismo
dictador Efraín Ríos Montt fue un pastor protestante y fundador de la Iglesia del
Verbo. Invocando a la Biblia. Han sido trágicamente famosas sus filípicas
contra "los valores retrógrados" del comunismo, que el hombre veía
incluso dentro de las escuelas. Hasta se diría que, fue todo un precursor de la
nueva ideología, según la cual, la salvación guatemalteca está a la distancia
de una oración.
Quizás esos datos no significan mucho, pero cuando pensamos en la ética
y la política individualistas de la ideología evangelista, vemos que, según
ellos, todo lo que hay en vida depende de la relación personal que uno mantiene
con Jesucristo. Por consiguiente, todos los problemas personales y sociales
deben de generar respuestas individuales y no comunes.
Aquí trabajan a nivel muy local para que sus nuevos creyentes compartan
sus ideas. Hay campamentos donde los jóvenes estadounidenses evangélicos pueden
ir a estudiar quitché o nahualt antes de ir a Guatemala, para
distribuir la Biblia en dichos idiomas e intentar convertir a pueblos enteros.
Los que adoptan esas ideologías tienden a ser más abiertos hacia las políticas
de EEUU.
Centroamérica, mucho más que Sudamérica,
ha estado muy influida por este movimiento. No es seguro que los evangélicos
colaboren con la administración norteamericana, aunque puede ser; ni que exista
una firme conexión entre las creencias evangélicas y las políticas de algún
país de América Latina – el electorado votó a Lula en 2002 a pesar de la fuerte
presencia evangélica–. Lo que sí es
posible es que, dada la nueva
realidad y tomando en consideración, por ejemplo, la política exterior de
Nicaragua, donde más del quince por ciento de la población es evangélica,
quizás hay patrones. Tal vez la invasión religiosa ya ha empezado, negando la
necesidad de una intervención militar.
Tras el poco atractivo paseo por San
Pedro, tomamos una cervecita después de regresar al solitario embarcadero a
través de un camino zigzagueante que se ha ido formando entre las construcciones
que anárquicamente han surgido de manera espontánea y sin control alguno.
Cierta suciedad se observa en el lago, y es que todos los pueblitos deben
utilizarlo para todo. De hecho, un par de mujeres se acercan al embarcadero y
mojan su negrísimo cabello para peinarse. En el trayecto de vuelta, comprobamos
que ciertas corrientes acumulan desechos, lo que pone en entredicho la salud de
las aguas, a pesar del aspecto paradisíaco que su panorámica muestra. Si no se
frena el descontrol, dentro de unos años nadie lo reconocerá.Comemos en nuestro lugar preferido de
Panajachel, el Sunset bar, un restaurancito sin ninguna pretensión, pero que
ocupa un lugar privilegiado frente al embarcadero, el lago y los volcanes. A la
sombra del amplio cono de maderas y palmas
que conforma su techumbre, nos encontramos maravillosamente.
Cuando salimos a dar un paseo, está
atardeciendo. Nos lo tomamos con calma, despacio, disfrutando de cada instante
con holgura. Paseamos por la orilla del lago, ahora medio vacía. La vista de
los volcanes, atravesados por algunas nubes es maravillosa. En la esquina del
Sunset nos quedamos un rato. No somos los únicos, hay más gente. Todos mirando los volcanes
gemelos. El sol ilumina la cima y la parte visible de la falda del volcán que,
en segundo término, preside el lago. El de delante parece su sombra mientras las
nubes, en esta ocasión, parecen respetar esta especie de ceremonia de los dos
enamorados, como si se tratara de una pareja de novios. Después, va
oscureciendo y el aire se llena de aromas vegetales, de flores y de madera. Una
tranquilidad de fuego de hogar parece
recoger el espíritu de la gente y, a pesar del turismo y de que muchos nativos
han pasado aquí el día, hay una sensación de calma que relaja y tonifica, como
si toda la zona estuviera impregnada del sosiego que produce la contemplación de
esta maravilla, desde la esquina del bar.
Todos somos espectadores callados, mudos.
Simplemente, miramos y la vista nos impide atender a otra cosa. No es
necesario pensar, sólo mirar, respirar,
sentir el suave Xocomil. Así, nos pasamos un buen rato, embebidos los
sentidos del sacrificio diario, esta vez también dispuesto para nosotros.
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