“Pequeños mundos de
Valparaíso, abandonados, sin razón y sin tiempo, como cajones que alguna vez
quedaron en el fondo de una bodega y que nadie más reclamó, y no se sabe de
dónde vinieron, ni se saldrán jamás de sus límites. Tal vez en esos dominios
secretos, en estas almas de Valparaíso, quedaron guardadas para siempre la
perdida soberanía de una ola, la tormenta, la sal, el mar que zumba y parpadea.
El mar de cada uno, amenazante y encerrado: un sonido incomunicable, un
movimiento solitario que pasó a ser harina y espuma de los sueños.” (Pablo
Neruda)
Son tan pequeños como infinitos los
mundos que contienen los cerros, pues los cerros son la ventana hacia la
libertad de esta ciudad un tanto ahogada por su fatigoso puerto. Desde estos
miradores se desparraman, como flores descolgadas de un árbol tropical, barrios
inspirados por un gusto más centroeuropeo que americano. Con sus hotelitos,
casonas o palacios, realzados por galerías de madera, y esa tendencia a rematar
los edificios con frisos, a adornar los patios como jardines y a rejuvenecer su
piel con retoques cosméticos.