miércoles, 26 de diciembre de 2012

DE FEZ A MARRAKECH-2004




Son poco más de las ocho de la mañana cuando salimos de Fez en este día de verano que promete ser abrasador.
El paisaje, poblado de polvorientos olivos y encinares, recuerda mucho a ciertas zonas de Andalucía, si no fuera por algunos puestos que, junto a la carretera, ofrecen fósiles y amatistas. Sin embargo, es un día festivo y así lo atestiguan ciertos grupitos de niñas descubiertas pero vestidas como de domingo y que acompañan su paso con el ritmo monótono de  las palmas. Con frecuencia adelantamos a borriquillos que transportan paja o hierba y cuyos jinetes, a veces, presentan una mayor envergadura que los sacrificados animales.
Enseguida la altitud aumenta y cambia el entorno. A nuestra izquierda se descuelga en terrazas Imouzzer Kandar, sobre un bosque arbolado. A sus pies, por debajo de la carretera que transitamos, la vega con su río que, incluso en pleno agosto, lleva agua. Como decía, en toda la comarca, están de fiesta. Así lo indican las múltiples banderas del país que ondean desde los mástiles que flanquean las calles. No son todavía las nueve y las terrazas de los cafés están atestadas.
Apenas media hora después, llegamos a Ifrane, población fundada por los franceses en la segunda década del siglo XX. Con su reconocible urbanismo centroeuropeo (plantas rectangulares, tejados de dos vertientes con ángulos muy pronunciados, zonas ajardinadas…), esta zona es conocida como la Suiza marroquí, aunque ahora el sol comience a castigarnos y la nieve, que en invierno congrega a las clases adineradas de Marruecos, no parezca más que un sueño o un espejismo.
Cerca del centro pero lo suficientemente diferenciado se levanta, entre zonas ajardinadas y bosquecillos lo que bien podría ser un conjunto residencial hotelero en algún punto de los Pirineos, una especie de cinco estrellas. Se trata de Al Akhawayn, una de las universidades más elitistas del país, en la que sólo estudian los hijos de altísimos funcionarios y, sobre todo, de grandes fortunas. Aquí, además entrenan mediofondistas como Said Aouita o El Guerrouj, por citar un par de ejemplos.
Continuamos adelante, bordeando el Atlas Medio, a la altura de Azrou, un lugar de contrastes entre pedregosas montañas y bosques de cedros, materia prima para los artesanos locales. Puestos de frutas apostados junto a la carretera nos indican que el calor estival precisa de hidratación y, de paso, colorean la monotonía seca del verano.
Tarchi, el conductor, hace una pequeña parada cerca de la presa de Ahmed El Hansal, nombre perteneciente al considerado uno de los héroes de la resistencia frente a Francia, previa a la independencia del reino marroquí.
Ladrillos de adobe, colores ocre y el nombre francés de la población tachado dan la bienvenida al lugar, mientras nos adelanta la policía de tráfico.


Un río de mujeres, niños y hombres se encamina hacia una enorme explanada donde enormes haimas albergan a los jinetes, cuyos caballos bellamente enjaezados se exponen a la admiración de vecinos y visitantes. Enormes tagine, alineados a la sombra de las piezas de cordero que cuelgan como adornos, actúan como reclamo para la posterior comida; pues no hay celebración sin comida, ni verdadera comida sin cordero. Moukhlis, el ayudante del conductor nos explica que entramos en Zaouiat Cheikh (زاوية الشيخy  que este fin de semana se celebra la llamada Fiesta de la Fantasía, un encuentro de caballos árabes cuyos jinetes portan viejos mosquetones y exhiben sus habilidades sobre la montura mientras una ensordecedora nube de pólvora envuelve los desfilesEs una lástima que no podamos permanecer aquí el tiempo suficiente como para disfrutar del espectáculo, aunque si podemos observar el porte espléndido de los preciosos caballos que aguardan el momento de gloria que pronto les espera.
Paramos en Bení Mellal, ciudad que se encuentra a los pies de uno de los montes del Atlas Medio y al lado de la llanura de Beni Amir. Desde una terraza  a la sombra se nos ofrece una panorámica sobre su hermosa huerta, pues esta ciudad pasa por ser la capital de la naranja; incluso los taxis presentan ese color. Desde aquí, a través de rectas interminables, flanqueado el horizonte por las montañas que dibujan el valle nos vamos acercando a Marrakech mientras en la planicie, la carretera va devorando pueblos de adobe, olivares y, a medida que nos aproximamos  a la gran capital del sur, palmeras.
Recogiendo las palabras citadas por el viajero medieval Ibn Battouta, el Marco Polo musulmán, esperamos sumergirnos entre su belleza y su reconocida hospitalidad:
Guarde Dios a Marrakech, la preclara.
Gran mérito el de sus nobles pobladores.
Al forastero alejado de los suyos 
con su buen trato hacen olvidar familia y patria.
Por lo que de ella se ve y se cuenta 
nacen los celos entre ojos y oídos.

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