“Valparaíso está muy cerca de Santiago. Lo separan tan
sólo las hirsutas montañas en cuyas cimas se levantan, como obeliscos, grandes
cactus hostiles y floridos. Sin embargo, algo infinitamente indefinible
distancia a Valparaíso de Santiago. Santiago es una ciudad prisionera, cercada
por sus muros de nieve. Valparaíso, en cambio, abre sus puertas al infinito
mar, a los gritos de las calles, a los ojos de los niños”.( Pablo Neruda, Confieso
que he vivido) ¡Cuánta razón y cuánta belleza para expresar una
verdad que se impone como la nostalgia! Venimos de la capital y seguimos la
enorme avenida Errázuriz que avanza paralela a los muelles dibujando el perfil
costero de la ciudad. Acompañados del calor pegajoso típico de las ciudades
abiertas al océano llegamos hasta el centro histórico con el suave bamboleo del
pequeño atasco que nos deposita como una ola inocente junto al espigón que
delimita el puerto mercante y lo aísla de la zona de pasajeros.
Todo es actividad en el mediodía
soleado cuando nos sumergimos en el aparcamiento subterráneo de la Plaza
Sotomayor, en la que se levanta el monumento a los héroes de Iquique, con
Arturo Prat a la cabeza. Este monumento, de estética
filofascistoide, reconoce el valeroso comportamiento de la marina chilena en la
batalla naval de Iquique, durante la Guerra del Pacífico. También conocida como la Guerra del guano y del
salitre, esta contienda enfrentó a Chile con Perú y Bolivia.