domingo, 24 de agosto de 2014

MACHU PICCHU, EL SITIO DONDE SE AMARRA EL SOL

Me detuve en el Perú y subí hasta las ruinas de Machu Picchu. Ascendimos a caballo. Por entonces no había carretera. Desde lo alto vi las antiguas construcciones de piedra rodeadas por las altísimas cumbres de los Andes verdes. Desde la ciudadela carcomida y roída por el paso de los siglos se despeñaban torrentes. Masas de neblina blanca se levantaban desde el río Wilcamayo. Me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel ombligo de piedra; ombligo de un mundo deshabitado, orgulloso y eminente, al que de algún modo yo pertenecía. Sentí que mis propias manos habían trabajado allí en alguna etapa lejana, cavando surcos, alisando peñascos. […]
Allí nació mi poema Alturas de Macchu Picchu.” (Pablo Neruda, Confieso que he vivido)

SUBE a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda 
zona de tu dolor diseminado. 
No volverás del fondo de las rocas. 
No volverás del tiempo subterráneo. 
No volverá tu voz endurecida. 
No volverán tus ojos taladrados. 
Mírame desde el fondo de la tierra, 
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida 
vuestros viejos dolores enterrados. 
             (Pablo Neruda, Alturas de Macchu Picchu –fragmento–)

Nosotros vamos a visitar Machu Picchu (desde ahora MP) más de sesenta años después que el poeta chileno quedara impresionado. Las cosas han cambiado y, desgraciadamente, no es posible ascender a caballo. Es más, anuncian que se restringen las visitas diarias para evitar el deterioro del lugar. Más aún si se tiene en cuenta que, al parecer, durante el rodaje de un vídeo clip de la cantante Gloria Estefan, algún daño se  ha causado a parte de las ruinas. Éstas, que tan celosamente han sido protegidas por  la naturaleza, ahora corren peligro. Quién se lo iba a decir a Hiram Bingham, el descubridor oficial, teniendo en cuenta lo que le costó hallar este santuario universal. Por no hablar de  Melchor Arteaga, el arrendatario que lo acompañó hasta el enclave donde dos familias de campesinos, los Recharte y los Álvarez,  vivían, e incluso usaban terrazas del sur de las ruinas para cultivar, y el agua de un canal incaico, que la traía de un manantial, para beber.