Subimos al
Land Rover, donde apenas si hay sitio para nada. En él se apelotonan todos los
trastos necesarios para acampar (tiendas, mesas, sillas, utensilios de cocina),
además de los equipajes de los tres viajeros, el de nuestro driver
Gerald y el de nuestro nuevo acompañante, Arguiñano Martin, un negro de
baja estatura, regordete, sonriente, callado y tierno, quien a partir de este
momento será el encargado de que nuestros estómagos vivan contentos, de
que nuestros paladares se deleiten con
su cocina de autor y de que las fuerzas no nos abandonen en la sabana tanzana.
El pobre se acomoda como puede entre tanto bulto en la tercera fila de asientos
del todoterreno.
La expedición
ya está al completo y partimos camino de algo nuevo y distinto para los tres
amigos que iniciamos este viaje. Como dice Javier Reverte “Una sola pregunta
puede justificar un gran viaje y el viaje está hecho para aquellos que no saben
muy bien hacia donde se dirigen ni conocen con exactitud lo que buscan. Este
hecho para los que intuyen que encontrar no es lo importante y que cumplir un
sueño puede ser, sobre todo, darse de bruces con la aventura”. Estábamos a
punto de experimentar esa sensación.