Llegamos al alojamiento
que se sitúa a las orillas del lago Langano (a una altitud de 1.585 metros y se
extiende, sobre una superficie de 230 kilómetros cuadrados, a lo largo de sus
18 kilómetros de largo y 16 km de ancho). El lodge, muy elemental, se encuentra dividido en dos sectores; el de
las dormitorios, casitas asomadas a un promontorio a unos 30 metros sobre el
nivel del agua, y el de los espacios comunes (sala de estar, comedor…), a la
altura de la especie cala o de playa frente al lago. Está en proceso de construcción
un ascensor que facilite la fácil
comunicación entre ambos mundos. Quién sabe.
Paseamos por las
orillas cuajadas de piedra pómez del precioso lago. En los árboles y arbustos
cercanos hay una enorme cantidad de nidos y se observan aves de llamativos
colores. El lugar, prácticamente para nosotros, es idílico, aunque unos
nubarrones oscuros se ciernen a lo lejos sobre la tarde; son amenazadores pero
plenos de belleza. Así que, siguiendo la línea del agua, seguimos disfrutando
de la tarde, pero llega un momento en que un guarda, cubierto hasta las
pestañas a pesar de lo agradable de la tarde, se empeña en impedirnos el paso
más allá de los límites de la propiedad del
lodge. Lo curioso es que es el guarda del recinto. Tras algunas discusiones
con Sandra, y Jared como traductor, nos permite continuar.