martes, 20 de agosto de 2019

LAGO LANGANO, FE, HISTORIA Y MITOS


Llegamos al alojamiento que se sitúa a las orillas del lago Langano (a una altitud de 1.585 metros y se extiende, sobre una superficie de 230 kilómetros cuadrados, a lo largo de sus 18 kilómetros de largo y 16 km de ancho). El lodge, muy elemental, se encuentra dividido en dos sectores; el de las dormitorios, casitas asomadas a un promontorio a unos 30 metros sobre el nivel del agua, y el de los espacios comunes (sala de estar, comedor…), a la altura de la especie cala o de playa frente al lago. Está en proceso de construcción un ascensor  que facilite la fácil comunicación entre ambos mundos. Quién sabe.
Paseamos por las orillas cuajadas de piedra pómez del precioso lago. En los árboles y arbustos cercanos hay una enorme cantidad de nidos y se observan aves de llamativos colores. El lugar, prácticamente para nosotros, es idílico, aunque unos nubarrones oscuros se ciernen a lo lejos sobre la tarde; son amenazadores pero plenos de belleza. Así que, siguiendo la línea del agua, seguimos disfrutando de la tarde, pero llega un momento en que un guarda, cubierto hasta las pestañas a pesar de lo agradable de la tarde, se empeña en impedirnos el paso más allá de los límites de la propiedad del lodge. Lo curioso es que es el guarda del recinto. Tras algunas discusiones con Sandra, y Jared como traductor, nos permite continuar.

El panorama es increíble. Un agua ligeramente chocolateada y serena parece ser víctima de un cielo que se va oscureciendo por momentos; los relámpagos y los truenos se turnan para llenar de luces y sonidos una cubeta más de las muchas que jalonan longitudinalmente la falla del Rift.
Muy poca gente de turismo y los espinos y las acacias acaparando  parte  del espacio fuera del agua en este desigual terreno que rompe la falla. Los maizales al amparo de las chozas diseminadas por doquier se mezclan con los pastos y algunas herbáceas que sirven para nutrir multitud de pequeños rebaños atendidos a ratos y entre juegos por rapaces malvestidos que, alegres, saltan y ríen por las veredas o a los lados de los caminos.
Una cortina de agua se va acercando. Nos llega un leve chisporroteo  y aceleramos el paso. Casi ni nos da tiempo a llegar medio secos a la cabaña, pues comienza a caer agua con ganas. Nos refugiamos en la habitación. La corriente eléctrica queda suspendida un rato. Bajo el porche cubierto de la casita respiramos el aire de la tormenta y le damos tiempo a que pase leyendo.
Al rato volvemos a bajar la tremenda cuesta que nos separa del restaurante. Pedimos una cervecita, pollo y pizza. Cuando estamos dando cuenta de ello, parece Jared a tomar injera con shimo (salsa picante con verduras que combina bien con el ligero sabor agrio de la injera). Según nos cuenta, nació en Addis Abeba y lleva cuatro años y medio trabajando como driver. Tres de ellos por todo el país. Y lo que más le gusta es Lalibela.

Lo cierto es que es muy religioso. De hecho, se reconoce ortodoxo, de ahí que lleve colgando del cuello un cordón negro de que pende una cruz de plata. También a eso se debe su cena, pues los ortodoxos hacen abstinencia de productos animales los miércoles y los viernes. El resto de los días pueden comer carne de animales con pezuña, pero jamás con casco.
No parece entender muy bien cómo se puede vivir sin creer en un dios. Ni menos aún, que sin creer queramos visitar Lalibela, una ciudad que él considera santa. También nos comenta que en su país se encuentra el Arca Sagrada, concretamente, según Graham Hancock, se custodia en la iglesia de Santa María de Sión, en Axum.
Se está refiriendo al Arca de la Alianza. Es tan sorprendente que el escritor Abraham Verghese en su novela Hijos del ancho mundo, pone en boca de uno de los personajes el siguiente fragmento: “Creen que tienen el Arca de la Alianza guardada en una iglesia de Axum. ¡No el dedo de la mano de un santo o el pie de un Papa, sino el Arca! Los creyentes etíopes se ponían las camisas de los hombres que acababan de morir de peste, pues veían en ello un medio seguro enviado por Dios para obtener la vida eterna, para hallar la salvación.” Hasta tal punto dan por verídico e irrefutable la existencia del Arca que en Etiopía son inseparables los mitos y leyendas de origen religioso y la historia. Lo resumen bastante bien Javier Reverte cuando apunta  que “La historia de Etiopía conforma una épica que se mueve a mitad de camino ente el orgullo y la falacia, la bravura y la sangre, la cólera y la fe, la realidad y el mito. [...] país con cultura autóctona, con lengua propia y una escritura con caracteres distintos a los de otros idiomas del mundo, con libros sagrados y crónicas reales que se remontan a siglos atrás. [...] En Etiopía, la religión y la política navegaron durante centurias fundidas casi siempre en un mismo cuerpo. [...] es uno de los pocos países de África que posee un sentido de nación, al menos en la mayoría de los territorios. [...] Todo se remonta a un mito que carece de cualquier rigor histórico.”
Sigue Reverte resumiendo con rigor: “El principal libro sagrado de los etíopes es el Kebra Neguest, que quiere decir ´Gloria de Reyes`, y que fue escrito en el siglo XIV, recogiendo leyendas remotas trasmitidas oralmente, por un monje de la antigua capital de Axum llamado Isaac. Según el mito, la historia etíope comenzó con la reina de Saba, diez siglos antes de la venida de Cristo al mundo. La soberana oyó hablar de un sabio monarca que reinaba en Israel, Salomón. Y movida por la curiosidad, viajó hasta Jerusalén para conocer al gran hombre.
Tanto impresionó a la de Saba el carácter y la prudencia de Salomón, que se convirtió a la religión judía. Cuando decidió regresar [...], Salomón la sedujo mediante un ingenioso truco y la reina etíope quedó embarazada. Ya en su patria, la reina dio a luz un hijo varón a quien llamó Menelik, nombre que en amárico significa “hijo de un hombre sabio”.

Convertido en un joven príncipe de veinte años de edad, Menelik viajó a Jerusalén para conocer a su augusto padre, quien le ofreció ser su sucesor en el trono de Israel. Menelik rechazó la oferta y Salomón le nombró, con su bendición, rey de Etiopía. [...] Al partir, Menelik y sus acompañantes robaron del templo de Jerusalén la más sagrada reliquia del pueblo judío: el Arca de la Alianza, donde se guardaban las Tablas de la Ley entregadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí.[...el arca] permanece escondida en un templo de Axum y nadie puede verla salvo su guardián.”
Todo lo tienen tan interiorizado y forma parte de un relato tan bien construido que a nadie en Etiopía, y menos a los cristianos ortodoxos como Jared, se les puede pasar por la cabeza ponerlo en duda. De ahí su atracción por el norte, la zona más próxima a sus creencias. Así que los miércoles, como hoy, solo injera y shimo. Por otro lado, el chico es afable y cariñoso, servicial y conocedor de su oficio, y, sobre  todo, un tipo cabal. De ahí que nos apunte que cierto escándalo de dos mesas que están un poco distanciadas de la nuestra es producido no por turistas sino por la familia (el concepto de familia aquí es bastante amplio) del dueño del lodge. Sobre todo cuando este no está, aprovechan y se instalan como unos clientes más haciendo todo el gasto que pueden, eso sí sin pagar ni un céntimo.
Jared lo sabe porque el establecimiento lleva más o menos un año abierto, y ha tenido ocasión de comprobar que es cierto cuanto ahora nos está refiriendo.
Sigue lloviendo a mares y el aire amenaza con ir en aumento. El aspecto del lago y los horizontes de su magnificencia, la luz que se ha ido diluyendo, la incertidumbre de su extensión y de sus límites, y su belleza incuantificable, remiten a cierta sensación mágica que flota en el ambiente. No es de extrañar que con una naturaleza de tal envergadura se borren las fronteras entre historia y mito; no parece injustificada la fe Jared; no es extraño, aquí y ahora, enamorarse de estas tierras, las de los orígenes.

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