miércoles, 8 de abril de 2020

LA LEYENDA... EL XOCOMIL Y OTRAS CREENCIAS


Acabamos de atravesar Sololá, el mayor de los pueblos que se asienta junto al lago Atitlán. Desde aquí se inicia un pronunciado descenso a través de una carreterita que bordea las montañas circundantes a la gran bolsa de agua. Las curvas se suceden casi interminables. En un punto, al borde de un saliente que se asoma al lago, nos detenemos para realizar un  pequeño descanso. Las vistas son impresionantes y los pueblos de sus orillas se nos muestran como desde una avioneta. Destaca, por su proximidad y su tamaño, Panajachel. Se siente cierta ansiedad por el reencuentro que nos espera, pues esa es una belleza de la que los ojos nunca se cansan.
Estos han sido los días de los volcanes y de las leyendas. Desde que llegamos a Guatemala, durante la época de lluvias, el cielo tiende a encapotarse a cualquier hora y, especialmente, por la tarde. Sin embargo,  el día amaneció radiante, apenas hay nubes y los volcanes se muestran en todo su esplendor.
Camino de Antigua, hemos visto el Pacaya con su constante bocanada de humo y, ya a la altura de la ciudad colonial, divisamos con nitidez los tres volcanes que la rodean; el impresionante volcán Agua, y más retirados, el de Fuego y el Acatenango. Sus perfiles se imponen al azul del cielo con una nitidez de troquel.
Ahora, al llegar a Pana, los tres de acá –Tolimán, Atitlán y San Pedro– también parecen haber sido aseados de las neblinas que en estas fechas, generalmente, flirtean con ellos parcialmente, hasta que por la tarde los toman bajo ese manto fluido como si quisieran resguardarlos de cualquier peligro hasta el día siguiente.

martes, 7 de abril de 2020

EL VOLCÁN, LA LEYENDA Y...


Los huevos fritos y el beicon son hoy más necesarios que nunca porque, si la subida al volcán Pacaya es tal y como nos han dicho, hay que llenar el depósito de combustible para no desfallecer. Hoy, además, llevamos unos bocadillos de jamón, y agua, elementos imprescindibles para afrontar la subida con garantías, aunque Cris no las tiene todas consigo y recela, aún antes de enfrentarse directamente con el perfil del monstruo. Antes de salir de casa, aquí queda el titular de la jornada: “Integrante de la Mara Salvatrucha relata su vida en la pandilla: Si uno no mata, lo matan.” No es que anime mucho, pero este tipo de noticias es el pan nuestro de cada día en la capital.
Javier, conocedor de la zona, maneja el coche hasta abandonar la carretera, mientras la vegetación se va haciendo cada vez más espesa y un camino de tierra roja nos conduce hasta le minúscula población de San Francisco de Sales, lugar donde está ubicada la entrada para realizar la ascensión. En cuanto entramos en la aldea un niño se pega al coche ofreciendo parqueo, mulas para subir al volcán... Es un fenómeno curioso el de este muchacho indígena, pues resulta ser albino, lo que marca y deforma sus rasgos genuinos –apenas puede abrir los ojos, molesto ante la luz–, su piel rosácea, su pelo totalmente blanco. Dejamos el coche sobre la tierra que parecen estar allanando, como si tuvieran intención de construir un parqueo, ante la creciente afluencia de turistas, aunque ahora seamos los únicos visitantes. Pagamos la entrada y el muchacho queda controlando el auto, contento por la propina recibida.