“Bahr Dar –cito a Javier Reverte– tendida en las orillas del sur del lago Tana, más que una ciudad parece un jardín, y pese a la miseria que atenaza los barrios del interior de la urbe, pese a las legiones de hambrientos y limosneros que se hacen allí inevitables como en cualquier otro lugar de Etiopía, resulta, en cierto modo, una ciudad altiva, a causa tal vez de la hermosura que le concede una naturaleza portentosa. Su nombre significa en amárico ´cerca del mar´ y no tiene más historia que la que le brinda el lago […] Junto al lago, corre la arteria principal de Bahr Dar, una amplia avenida sombreada de rumbosas palmeras. Apenas hay tráfico y los taxis son muy escasos. La mayoría de los habitantes de la ciudad se desplazan a pie, o en minibuses públicos y, sobre todo, en bicicleta. A unos mil ochocientos metros de altura sobre el nivel del mar, la fresca brisa de Bahr se empapa durante las noches con los olores de las flores del frangipani, una especie de magnolio tropical.”. Estoy plenamente de acuerdo con el maestro, salvo en la afirmación final: Bahr Dar sí que posee más historia, además de la multitud de iglesias, aquí se encuentran las fuentes del Nilo Azul, de las que ya hablaré más adelante.