El día es espléndido. Luce el sol, que ya calienta a esta hora, y se
respira cierto ambiente festivo en las calles, sobre todo cuando llegamos a las
puertas del famoso Palacio de Verano de los emperadores, un enorme parque a más
de quince km. del centro y del que cualquier guía hace comentarios elogiosos. Según
parece, se trata del parque imperial
mejor conservado de todo el país y ocupa un espacio cercano a los tres
centenares de hectáreas. No resulta extraño que “El Palacio de Verano era la
residencia favorita de S.M.”, según Der Ling, traductora y primera camarera de
la Emperatriz Viuda, Tzu Hsi, a partir de 1903.
Ya hay bastante gente haciendo cola para poder entrar por la puerta oeste
que es la nuestra, pero el espacio parece tan enorme que podría engullir media
ciudad de Beijing. Se trata, en su conjunto, de un bello exponente de la
arquitectura china, en la que tienen cabida pabellones, templos, lagos,
galerías cubiertas, torres y jardines. Pretende representar a la vez la
grandeza de los jardines del norte y la fina elegancia de los del sur. Para
nosotros resulta un lugar precioso para pasar el día relajadamente, tratando de
escabullirnos del pegajoso calor. No resulta difícil pues el parque se organiza
en torno a dos elementos principales: el Monte Wanshou y el Lago Kunming, es
decir, entre agua abundante y abundante vegetación. Si uno se siente sofocado,
enseguida encuentra amparo.