“Mi historia es simple: un registro de hechos; pero confío en que no será tedioso. No presenta hazañas de habilidad literaria para la inspección del crítico, sino un recuento de experiencias y observaciones humanas, lo bastante al margen del camino trillado de la vida para haber atraído un grado de atención que me ha hecho concebir la creencia de que valdría la pena una recorrida más detallada” (“Prefacio” de Cautivo en la Patagonia: Benjamín Franklin Bourne)
“Peregrino y soñador
cantar
quiero mi fantasía
y la loca poesía
que hay en mi corazón
a hablar
me voy con las estrellas
y las cosas más bellas
despierto sé soñar,
siempre sentí
la dulce ilusión
de estar viviendo
mi pasión”
( Del tango Alma de bohemio: Juan Andrés Caruso)
“De mis páginas vividas
siempre guardo un gran recuerdo;
mi emoción no las olvida,
pasa el tiempo y más me acuerdo.
Tres amigos siempre fuimos
en aquella juventud;
era el trío más mentado
que pudo haber caminado
por esas calles del Sur.”
Tarde-noche fría en este
Madrid de primeros de diciembre que ya se va preparando para los ajetreos
consumistas de la Navidad.
Los largos pasillos del
aeropuerto, que no parecen notar los cambios estacionales, nos reciben con esa
temperatura estándar y globalizada. Tampoco cambia nada en cuanto a los
problemas con la puntualidad de la salida de aviones y del trato dispensado a
los pasajeros por parte de las compañías aéreas. Nuestro vuelo de Iberia con
destino a Buenos Aires, que tenía prevista su salida para las 23,40 horas, ha
sido cancelado.
Tratamos de buscar
alguna posibilidad por remota que sea de partir esa misma noche, pues nos esperan en Buenos Aires y,
además, tenemos que enlazar con otro vuelo que, desde la capital argentina, nos
llevará hasta Trelew, provincia de Chubut, ya en la Patagonia.
Finalmente, con cara de alivio nos
ofrece los dos últimos pasajes de un vuelo que sale a la 1,40 horas rumbo a Sao
Paulo y con un enlace a Buenos Aires. Aceptamos de inmediato y recogemos todos
los papeles esparcidos sobre el mostrador.
Sao Paulo, desde el aire, es
tremendamente grande. Son alrededor de las 9,30, hora local, y desde la
ventanilla del avión vemos como esta ciudad de unos 18 millones de habitantes
se extiende en una especie de hondonada y algunas lomas circundantes, entre los
grandes rascacielos y las enormes zonas de casas apiñadas –sin duda favelas–.
¡Cuán extensa y pobre se la ve desde el cielo!
En la estrecha zona de
tránsito deberemos esperar hasta las 11,30 horas, momento en que tiene prevista
la salida el avión que nos llevará a Buenos Aires. Muy poca gente se encuentra
allí, como si fuera un espacio reservado a todos aquellos que han aterrizado en
ese punto por un extraño juego de azar y merecieran permanecer desterrados en
el submundo, en tierra de nadie.
En la espera, encontramos a
otro pasajero encerrado en este cajón de sastre. Como nosotros, arrastra su pequeña historia. Su porte de joven italiano, de latin lover,
concuerda con ese característico español de Miami. Le han enviado el equipaje a
Chile y está preocupado porque lleva una serie de regalos y encargos para
algunos amigos.
Efectivamente, reside en
Miami y es argentino, pero sus padres son cubanos y sus abuelos eran españoles.
Como tendremos ocasión de comprobar a lo largo de nuestro viaje, son
innumerables los lazos de sangre con gallegos que poseen en todos los
rincones de su extenso país los argentinos. Uno tiene siempre la sensación de
hallarse en casa de parientes. Quizás por eso tratan de buscar explicaciones,
como nosotros, a hechos que históricamente nos definen:
- No entiendo bien por qué
mi abuelo fue de España a Cuba a luchar contra españoles. He visto fotografías
en las que aparecían con machetes y pistolas, pero sigo sin entenderlo...
Le hablamos de algunos
lugares que queremos recorrer en nuestro viaje. Él nos responde con ese chocante
acento que se despliega con aparente sinceridad:
- Un bonito viaje es
atravesar Estados Unidos de costa este a oeste...Pasar por los grandes parques,
por el Gran Cañón...
Parece sentirse más yanki
que argentino por la manera con la que expresa la belleza de su país de
adopción y por la forma con que analiza, desde su propia experiencia, la
inmigración hacia el gigante del norte:
- En Estados Unidos, sobre
todo en los estados del sur, viven más de veinte millones de mexicanos...Bueno,
de gente procedentes de todos estos países. –Le cuesta utilizar el término hispano
como genérico–. En cuanto un país tiene problemas, se inicia una llegada masiva
de inmigrantes hacia otro más rico y más seguro. Cuando se produjo la
revolución en Nicaragua llegaron nicaragüenses y cubanos; ahora, tras la
crisis, argentinos... Se notaba en la escuela. De golpe y porrazo, se llenaba
de colombianos, por poner un ejemplo.
Nos advierten por megafonía
del embarque de nuestro avión. Nos despedimos, deseándole la recuperación del
equipaje, mientras él nos asegura que viviremos un gran viaje y nos anima a
que, para otra vez, intentemos atravesar Estados Unidos como nos había
comentado. Esta claro que su país es el dólar.
Partimos hacia Buenos Aires
alrededor de las 12 de la mañana, hora en la que ya deberíamos estar pensando
en el asado con que Roberto y Graciela nos querían recibir, antes de
trasladarnos desde el aeropuerto internacional de Ezeiza hasta el de Aeroparque, reservado a vuelos
internos, y desde el que a las 15,55 sale el vuelo que nos llevará hasta
Trelew, el más próximo a Península Valdés, nuestra primera escala. Por fortuna,
les informamos desde Barajas de la nueva situación y del nuevo horario.
Aunque al principio nos
adjudican asientos separados, la amabilidad de la gente permite que los dos nos
sentemos finalmente juntos en la misma fila de tres asientos y la compartamos
con una chica joven que enseguida nos da palique.
Marisa es una morena guapa,
argentina de origen sirio, ojos negros, nariz aguileña y encantadora sonrisa.
Ama con pasión su país y nos trasmite dicha pasión en cada uno de sus
comentarios:
- Estoy segura de que les va
a gustar mucho Argentina; es muy lindo. Sé que no soy objetiva pero estoy
segura de que les va a gustar.
Le ofrecemos un caramelo:
- Coge un caramelo.
- Eso no deben decirlo.
Bueno...
- A veces si se puede decir,
¿no? –replica un tanto pícaro Goyo.
- Bueno, en determinadas
situaciones sí –sonríe divertida–.
Durante todo el trayecto no
para de elogiar cada rincón de su patria como si evocara toda una serie de
sensaciones de disfrute, sintiéndose orgullosa de pertenecer a esa tierra.
Habla de Cataratas, de Península Valdés, de Ushuaia...De la sensación de fin de
mundo camino de la Antártida; nos aconseja tomar el ferry en su trayecto más
largo, la isla de los pingüinos...
Marisa nació en Bahía
Blanca, una de las ciudades más importantes de la costa atlántica argentina;
según Bruce Chatwin, “la última ciudad importante antes de que empiece el
desierto patagónico”, aunque en realidad la Patagonia, como tal, tiene su
frontera natural algo más al sur, a
partir del río Negro. Esta zona fue el hábitat de los indios araucanos,
procedentes de Chile, tan temidos por su
ferocidad y bravura que Alonso de Ercilla los consagró en su gran poema épico La
Araucaria. Con posterioridad, se instalaron en torno a los ríos
Negro y Chubut los tehuelches, cazadores nómadas especializados en el avestruz
y el guanaco. Esta raza se caracterizaba por una enorme corpulencia y una
estatura de casi dos metros, de ahí la base real de la leyenda de los gigantes
patagónicos que se mantuvo hasta el siglo XVIII. Curiosamente, fue entonces
(1779), a instancias de Carlos III, que veía peligrar el litoral por los
continuos ataques de los piratas ingleses contra los intereses españoles,
cuando se fundaron las dos ciudades que flanquean la desembocadura del río
Negro, Viedma y Carmen de Patagones. Los primeros colonos procedían de Galicia,
Zamora y, sobre todo, de León, de ahí que aún hoy día se denominen maragatos a
los habitantes de esta última ciudad.
- Voy a pasar las navidades
con la familia, en Bahía Blanca. Es la única vez en que cada año nos juntamos
todos y vemos cómo los primos se van haciendo grandes, si ha nacido algún nuevo
miembro de la familia...Las pasadas navidades nos reunimos 75 familiares. Este
año no sé...
- ¿Y cómo os las apañáis
para comer tanta gente?
- Ah, no hay
problemas...Siempre hay asado, el asado de cordero patagónico. Tienen que
probarlo. Allá donde van es bárbaro. Les va a encantar. No olviden que desde
Bahía Blanca hacia el sur el asado es de cordero patagónico –después de las
recomendaciones gastronómicas, continúa con informaciones turísticas–. Así que
van, en primer lugar a Península Valdés...¡Lindo, lindísimo! Pero, si alquilan
auto tengan mucho cuidado porque a la mayoría de los lugares se llega por rutas que no están asfaltadas y,
además, se cruzan muchos animales.
En un momento parece darse
cuenta de un descuido imperdonable y trata de subsanarlo:
- ¿De qué parte de España
son?
- De Madrid.
Enseguida Goyo apuntilla:
- Bueno, yo soy de Segovia,
una provincia más al norte pero vivo en Madrid.
- Yo estuve allá hace cuatro
años, en Toledo.
- ¿Te gustó Toledo?
- ¡Muy lindo! Todo tan
viejito...la catedral...Fue fantástico –y prolonga el sonido de la ese,
vibrante, como sólo son capaces de hacer los argentinos, llenando de
resonancias el aire, elevando de categoría el contenido del mensaje a través de
la intensidad de la pronunciación–. Fui gracias a la empresa de motores para la
que trabajo. Pero... –parecía esconder una duda que no estaba dispuesta a
olvidar– ¿siempre viajan los dos...?
- No, esta vez nos falta uno
que no ha podido venir –Goyo quiso aclarar de manera rotunda la situación–.
Tenía una novia argentina y remoloneaba. Al final se quedó sin novia y sin
viaje.
- Van a ver que acá las
argentinas son muy bravas, muy bravas...
En el aeropuerto de Ezeiza,
Marisa se despide de nosotros con su inevitable sonrisa de “mujer brava”.
Tras el control de
pasaportes, Graciela y Roberto, cansados ya del retraso y un poco decepcionados
por no poder llevarnos a comer asado como tenían previsto, nos esperan con el
coche para trasladarnos hasta el otro aeropuerto, del que partirá el nuevo
avión hacia Trelew. El reloj corre tan rápido que no tenemos tiempo ni siquiera de tomar un
café con ellos.
Hasta llegar allí, hemos
tenido nuestro primer contacto visual con Buenos Aires. Recorrimos kilómetros y
kilómetros de construcciones caóticas. Desde las ventanillas del coche, que
Roberto conduce con una calma suicida que presagia la tragedia a cada segundo,
tenemos la sensación de asistir a un “tour estilo Gila”. Delante de nosotros desfilan
fugazmente el obelisco, la Casa Rosada, el palacio de comunicaciones, el
puerto...Cuando pasamos el control hacia el embarque, la cara de Roberto y,
especialmente, la de Graciela reflejan cierta decepción por no haber podido
ejercer de anfitriones como habían pensado. Tratamos de consolarlos,
recordándoles que nos volveremos a ver a nuestra vuelta desde las tierras del
sur, hacia donde ahora nos dirigimos.
El vuelo a Trelew, previsto
para las 15,55 (¡Qué raro!), sufre
retraso. Recorremos una y mil veces el reducido espacio de espera, echamos un
vistazo por las escasas tiendas y tomamos la primera cerveza del país en una
cafetería cuyo nombre parece recoger una de las grandes pasiones nacionales
“Locos por el fútbol”. La espera, sobre todo después de las excesivas horas de
aviones y aeropuertos, se hace interminable hasta que una fila anuncia la
partida de nuestro vuelo que finalmente sale a las 19 horas. Hasta ese momento las
informaciones sobre las causas del retraso se confunden como las leyendas
urbanas: primero se oye que se trata de una avería, después parece ser que
falta una nueva tripulación y hasta llegan comentarios de que el aeropuerto de
Trelew ha sido cerrado temporalmente debido al estallido de un incendio. Los
viajeros, un tanto machacados por tanta espera, suben al avión que, como los
cines de barrio, es sin numerar.
El trayecto dura apenas dos
horas, durante las que entablamos conversación con Walter. Su nombre completo
es Walter Ernesto March, socio de una agencia mayorista de turismo cuyo padre
–Ernesto– comenzó el negocio en Puerto Madryn, donde en la actualidad poseen
varios hoteles. Sus sugerencias fueron de gran ayuda, pues nos habló de futuros
itinerarios y lugares, nos dio direcciones en cada uno de los lugares a los que
teníamos previsto ir, por si nos encontrábamos en algún aprieto. De hecho, su
información fue muy interesante en nuestra estancia en Ushuaia o en Puerto
Pirámides, nuestro punto de referencia en Península Valdés.
Estábamos llegando al aeropuerto de Trelew y, desde
el aire, comprobamos que toda la zona que rodea la pista de aterrizaje presenta
el aspecto ennegrecido típico con que se muestran las superficies arrasadas por
un incendio. Como si una sombra oscura
se hubiera posado sobre la tierra o una mancha de brea se hubiera
extendido, redondeada y disforme, ampliando los límites de las escasas
instalaciones aeroportuarias, el mapa del terreno que observamos apenas si
saldría de una uniformidad sin el incendio. Una llanura inmensa y blanquecina,
arbustos pegados al suelo pigmentando de gris tanta monotonía, aspecto
desolador. Confirmamos visualmente nuestra llegada al desierto patagónico y
recordamos cómo Chatwin decía de él que “no es un desierto de
arena o guijarro, sino un matorral bajo de arbustos espinosos, de hojas grises,
que despiden un olor amargo cuando las aplastan”. De momento, cuando
descendemos del avión lo único que se respira en el ambiente es un fuerte olor
a quemado.
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